8.8.10

El clavo.

Las cosas a menudo no terminan siendo como fueron planeadas; si esto lo supiéramos desde que nacemos, cuantas desilusiones nos habríamos evitado. Sin embargo, si tenemos paciencia, siempre acaba imponiéndose una especie de magia que pone las cosas en su lugar.


No hace mucho, durante nuestra última mudanza, una falla en la comunicación entre la ama de mi casa y los peones del ajedrez que nos encargábamos de vestir el nuevo sitio, desembocó en la situación bizarra de haber puesto en la pared principal de la sala, un clavo para cuyo destino no había nada que colgarse de él. Durante la inevitable lucha de poderes para ver quien tuvo la razón, hize la promesa de conseguir un cuadro que le diera buen uso a ese desdeñado clavo. Como todas las promesas se realizan bajo la premisa que el mundo seguirá girando de la manera acostumbrada, no pude prevenir que el comienzo del año en curso me encontraría desamparado de los ingresos acostumbrados, que volvía a ser víctima de la incertidumbre laboral que se apoderó del Mundo civilizado.


Como no hay mujer que olvide la mas infinitésima promesa que salga de la boca alardeadora y fanfarrona de un hombre mortificado, el clavo se volvió el trofeo inequívoco de que el tiempo le había a otorgado a ella su justa reivindicación. Yo, que nunca he dado a torcer mi brazo más allá de lo humanamente permitido, encontré en el clavo la referencia perfecta para ubicar el lugar ideal donde colocar el "love seat" donde siempre me dispongo a disfrutar el vicio de la TV.


Con el paso el tiempo y ante el temor de una nueva mudanza, el clavo se volvió una molestia en mi orgullo y autoestima; ya había decidido, en caso de irnos, dejarlo abandonado después de nuestro paso por este lugar donde somos felices actualmente.


Anoche recibí uno de los regalos más valiosos que me hayan dado jamás, no era un cuadro, sino algo tremendamente superior. Al escuchar el ofrecimiento tan cariñoso de que escogieramos una pieza a nuestro gusto y satisfacción, no pude evitar pensar que por fin iba conseguirle a ese "bendito" clavo, el maridaje ideal para que su existencia se justificara.


Si vienen por mi casa, todavía encontrarán el clavo en estado virginal, debemos esperar a que termine la exposición a la que fuimos. No obstante, ya se corren las amonestaciones y el clavo está esperando con ansía el día en que llegará su destino.


Gracias, inmedibles...la felicidad es un rectángulo de 67 x 47 centímetros, sin embargo mi alegría no supera a la del clavo.


José L Santisbón

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